En estas laderas no hay religión posible.
Hay algunas iglesias dispersas
con techos baratos que libran de la lluvia,
y a veces del barullo de las voces de miles de personas
que aturden peor que una máquina.
Los santos son sólo estatuas que no inspiran
ni la huella de un recuerdo piadoso.
Están más muertos que las piedras,
más muertos que los antiguos ladrones
de quienes nadie se acuerda…
Aquí sólo están ellos, los muchachos, los hijos.
Hay también rebaños de jovencitas
que suben y bajan desde los colegios
que buscan temblando las heladerías,
que atraviesan los parques sofocadas con sus carnes
tan dulces,
y que al fin se llegan a las cañadas y a los baldíos
para ser sacrificadas.
No les interesa oír palabras ni promesas,
sólo quieren ser sacrificadas,
como la comida que es alabada y degustada,
y luego ya no está sobre la mesa, luego ya descansa
de existir…
viernes, 19 de junio de 2009
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